BRASIL. Si hace sólo un par de
años alguien me hubiera preguntado qué país elegiría para vivir NUNCA hubiese
respondido “Brasil”. Tiene una cultura muy rica, las playas son
indiscutiblemente mucho más lindas que las argentinas y es un país que hace
rato viene pisando fuerte en el escenario internacional. Pero no. Jamás hubiera
elegido Brasil.
Puede ser por la eterna – y hasta
por momentos aburrida – rivalidad futbolística – tengo tres hermanos varones
más grandes y desde chiquita en mi casa se rechazó el famoso verde amarelo -, por la diferencia de
idiomas – y el que se anime a decir que son casi “iguales”, por favor, que
agarre un libro – o tal vez por la famosa alegría que não tem fim – las personas extremadamente felices siempre me dieron
un no sé qué.
Sin embargo, aquí estoy, viviendo
hace casi dos años en el estado de São Paulo ¿Por qué? Por amor. Así como no me
gustan las personas alegres por demás, rechazo todo lo relacionado con los
corazones, las florcitas de colores, el rosa, las estrellitas y demás lugares
comunes. Pero, en mi caso, es verdad.
¿Mi primera impresión?: “¡¿Qué
hago acá?! Un taxi de vuelta al aeropuerto, por favor”. La conversación más
larga que tuve el primer mes fue con el señor que vendía cigarrillos a una
cuadra del hotel donde estábamos viviendo. Y me costó. Con certeza, no fue uno
de esos momentos que vaya a dejar plasmados en mis memorias. Hoy, dos años
después, a veces todavía me pregunto cómo vine a parar a este lugar, pero ya a
esta altura cuento con un monte de historias, no sé si memorables, pero sí entretenidas para leer y pasar
el rato.
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