El litoral paulista cuenta, sin dudas, con muchas
playas lindas. Pero, si tuviera que elegir, me quedo con Riviera de São
Lourenço. Perteneciente al municipio de Bertioga, Riviera nació en 1979 a partir de un ambicioso proyecto
de desarrollo urbano. La localidad, que tiene como lema impulsar el progreso
con un gran respeto por la naturaleza, posee un área de 9 millones de metros
cuadrados organizada en tres zonas: turística, residencial y mixta.
Actualmente, es considerada el mayor proyecto de desarrollo urbano del litoral
brasilero.
"No se debe poder pasar. Tiene pinta de
barrio privado", le dije a mi marido la primera vez que vi la impactante
entrada de Riviera, los hombres con armas largas y las cámaras que estaban
monitoreando el ingreso y la salida de autos. Nos mandamos igual. Paso libre,
sin ningún problema. Es verdad que las playas de la zona son lindas pero, en
líneas generales, muchas de las localidades dejan bastante que desear. Riviera
es la antítesis absoluta. Calles perfectamente trazadas, hileras de palmeras
prolijamente emplazadas, todo parece haber sido planeado al detalle. Amplias
casas, edificios de gran categoría, varios hoteles, algunos pocos restaurantes
y un único shopping (más bien una gran galería) completan el paisaje.
Los viernes por la noche, Riviera recibe a los
habitantes de ciudades próximas que hicieron de la localidad su lugar de
descanso. La playa, el shopping y los restaurantes cobran vida. Los hombres de
seguridad de Riviera se desplazan por las diferentes zonas para asegurar que
todo se mantenga bajo control. Durante las tardes de fin de semana, los hoteles disponibilizan sus servicios de
playa para los huéspedes de turno y las mesas ubicadas alrededor de los pocos
carritos que trabajan en el lugar se transforman en los puntos más concurridos.
Al caer el sol, varios hombres recorren la playa en camionetas con el único objetivo de recoger los pocos residuos desechados en la arena. La prolijidad y el orden llaman la atención. El shopping y los restaurantes son los lugares elegidos para cerrar las jornadas.
El domingo por la noche, la soledad y el silencio
se apoderan de Riviera. Cocheras vacías, locales cerrados, playa desierta. La
pequeña localidad se paraliza por cinco días a la espera de un nuevo viernes,
cuando los habitantes de fin de semana volverán para disfrutar una vez más de
la tranquilidad del lugar.
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