viernes, 24 de agosto de 2012

Arena y sol...


El litoral paulista cuenta, sin dudas, con muchas playas lindas. Pero, si tuviera que elegir, me quedo con Riviera de São Lourenço. Perteneciente al municipio de Bertioga, Riviera nació en 1979 a partir de un ambicioso proyecto de desarrollo urbano. La localidad, que tiene como lema impulsar el progreso con un gran respeto por la naturaleza, posee un área de 9 millones de metros cuadrados organizada en tres zonas: turística, residencial y mixta. Actualmente, es considerada el mayor proyecto de desarrollo urbano del litoral brasilero. 

"No se debe poder pasar. Tiene pinta de barrio privado", le dije a mi marido la primera vez que vi la impactante entrada de Riviera, los hombres con armas largas y las cámaras que estaban monitoreando el ingreso y la salida de autos. Nos mandamos igual. Paso libre, sin ningún problema. Es verdad que las playas de la zona son lindas pero, en líneas generales, muchas de las localidades dejan bastante que desear. Riviera es la antítesis absoluta. Calles perfectamente trazadas, hileras de palmeras prolijamente emplazadas, todo parece haber sido planeado al detalle. Amplias casas, edificios de gran categoría, varios hoteles, algunos pocos restaurantes y un único shopping (más bien una gran galería) completan el paisaje.
Los viernes por la noche, Riviera recibe a los habitantes de ciudades próximas que hicieron de la localidad su lugar de descanso. La playa, el shopping y los restaurantes cobran vida. Los hombres de seguridad de Riviera se desplazan por las diferentes zonas para asegurar que todo se mantenga bajo control. Durante las tardes de fin de semana, los hoteles disponibilizan sus servicios de playa para los huéspedes de turno y las mesas ubicadas alrededor de los pocos carritos que trabajan en el lugar se transforman en los puntos más concurridos. Al caer el sol, varios hombres recorren la playa en camionetas con el único objetivo de recoger los pocos residuos desechados en la arena. La prolijidad y el orden llaman la atención. El shopping y los restaurantes son los lugares elegidos para cerrar las jornadas.
El domingo por la noche, la soledad y el silencio se apoderan de Riviera. Cocheras vacías, locales cerrados, playa desierta. La pequeña localidad se paraliza por cinco días a la espera de un nuevo viernes, cuando los habitantes de fin de semana volverán para disfrutar una vez más de la tranquilidad del lugar. 

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