Siempre me gustó ver partidos de fútbol. No es que me instale todos los domingos frente a la tele, pero sí disfruto de ver
algún que otro encuentro definitorio y siempre, siempre, los de la selección. Por
eso, como buena torcedora, nunca me
simpatizó mucho (ni poco) la selección de Brasil. Esos colores, esa alegría,
esa habilidad, en fin. Consecuentemente, cada vez que ambos equipos se
enfrentan siento una emoción especial que, terminado el partido, se transforma en
una inmensa alegría o en la mayor de las tristezas. Pero queda ahí, no traslado
ese sentimiento a los brasileros, menos ahora que me tienen rodeada. No voy a
decir que son mis seres humanos preferidos en el mundo, pero está todo bien.
Sin embargo, creo que esa "división de aguas" no es tan sencilla para
ellos. Y no me refiero a los comentarios poco graciosos tipo "es argentina
pero es buena" o "nadie puede ser perfecto" y demás ocurrencias cero creativas que ya he superado. No, me refiero a una cuestión más global:
esta gente está obsesionada con nosotros. Mágicamente aparecemos en cuestiones
que nada tienen que ver con el fútbol. Para graficarlo, acá van un par de publicidades:
La publicidad del Fox enfatiza el espacio para equipaje que tiene el auto. Al brasilero se lo ve
más sorprendido por la capacidad de su automóvil que por la confesión de su
amigo. Hasta ahí, todo bien. Pero a esta publicidad la antecede una gráfica en la que se ve a un brasilero invitando a su amigo también brasilero con un súper churrasco por un ladoy, por el otro, convidando a un argentino con unos pocos pedacitos de carne. Sí, no tiene sentido y es patético. La de Havaianas, en cambio, me parece hasta divertida, pero sólo porque el que atiende
se roba la publicidad con su actuación.
Ahora sí, una para el enojo. Una de las tantas
publicidades de la cerveza Skol que buscan ridiculizar a los argentinos. Ésta sí
está relacionada con el fútbol, pero peca de ofensiva, es de mal gusto y carece
absolutamente de sentido.
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