miércoles, 25 de julio de 2012

De shopping

Me encanta ir a comprar ropa. Pero no soy de esas que están horas revolviendo el mismo perchero, en ese sentido soy bastante práctica: voy pasando las prendas rápidamente y, como tengo un gusto bastante definido, paro pocas veces, únicamente si hay algo que realmente me llame la atención. Soy muy determinante: o me encanta la prenda o no me la llevo ni que me la regalen (bueno, en ese utópico caso tal vez sí). En ese proceso no me gusta que me interrumpan. Estoy en mi mundo, feliz. Por eso creo que en ese sentido Brasil no es el lugar más indicado para mí. Apenas entrás en una loja, las vendedoras posan los ojos sobre vos y la más rápida comienza a avanzar. "Hola, ¿cómo te llamás? ¿te puedo ayudar?", pregunta con la mayor de las sonrisas. "Sólo estoy mirando, gracias", respondo, como me sale. "Fique à vontade. Mi nombre es Pipita. Si necesitás ayuda, me avisás", finaliza. Y va siguiendo todo tu recorrido a pocos centímetros de distancia. A mí no me resulta demasiado cómodo y, en general, ni siquiera termino de chusmear todos los percheros porque, después de tanta atención, me da verguenza no comprar nada. Yo soy así, como solitaria en esas cuestiones. Sin embargo, debo reconocer que la actitud de las vendedoras brasileras es la adecuada: tienen verdaderas ganas de vender.  
En Buenos Aires esta rutina me sienta mejor, aunque debo destacar que se van al otro extremo. No podría enumerar la cantidad de veces que pregunté en qué sector podía encontrar determinada prenda y me contestaron "Fijate por allá". Tristísimo.
Acepto que soy "especial" asíque, siendo objetiva, y ya que estamos entrando en clima Olímpico, punto para Brasil.

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