Hoy un amigo argentino que vive
en San Pablo me preguntó si yo era la autora de este blog. Me quise hacer la
interesante, la misteriosa, pero me parece que no me salió. Algunas de las
historias relatadas en este espacio ya fueron contadas en alguna que otra
juntada con amigos y, por eso, son ahora las culpables de la revelación de mi
identidad. Ok, VOS, sí, soy yo, lo reconozco. Y hoy te voy a sorprender. Voy a
hablar de vos. Bueno, en realidad, no sólo de vos, sino de ese grupo de gente
con el que nos solemos juntar con bastante frecuencia.
Corría el mes de octubre de 2010
cuando coincidimos con este muchacho en la Policía Federal de San Pablo. Los
tres estábamos haciendo los trámites para obtener la residencia temporaria. Mi
marido lo conocía de Buenos Aires – ámbito laboral – y, como la lógica indica,
nos quedamos conversando algunos minutos. Intercambiamos teléfonos, saludos
cordiales y adiós.
En esa época el hermano de mi
marido vivía en San Pablo con su familia, pero existían altas probabilidades de
que fuera trasladado a Suiza en el mediano plazo. Así, todos los fines de
semana prácticamente nos instalábamos en la casa de ellos para disfrutar al
máximo de nuestros tres sobrinitos - ahora cuatro - y de la vida en familia.
Idas al famoso parquinho, salidas a comer, paseos varios llenaban nuestros días
lejos de casa.
Finalmente, en julio de 2011 llegó
el momento de despedirnos. Tristeza total y absoluta. De un día para el otro nos
encontrábamos – y nos sentíamos – completamente solos, nuestra familia se había
ido.
Después de algunos fines de
semana sin mucho para hacer, decidimos llamar a aquel muchacho que nos habíamos
encontrado en la Policía Federal nueve meses antes. Nos contó que se había
armado de un grupo de amigos bastante grande, que salían con frecuencia y
nos invitó a sumarnos en alguna oportunidad. Así fue.
Con el correr del tiempo, fuimos
conociendo a personas que estaban en nuestra misma situación, que habían venido
a Brasil con el objetivo de crecer profesionalmente. Reuniones, comidas, idas
al cine, a la playa, viajes. Ahora, contamos con un grupo de seres humanos al
que le pasa lo mismo que a nosotros, que tiene historias similares, las mismas
inquietudes, frustraciones parecidas, días de extrañitis aguda y otros de
absoluta felicidad, optimismo y entusiasmo. Cada reunión se transforma en una
maratón de un sinfín de anécdotas e historias divertidas. Cada momento
compartido nos hace sentir un poco más cerca de los nuestros, un poco más cerca
de casa. El tiempo da la pauta de que
manejamos los mismos códigos, pero a su vez cada encuentro pone en evidencia
que es la heterogeneidad de personalidades la que hace que cada reunión sea un
éxito. Va a llegar el día en el que cada uno de nosotros se irá despidiendo
para recorrer nuevos caminos, en esta vida todo llega. Nos quedará entonces recordar
con una sonrisa los momentos compartidos y agradecer el haber podido, a pesar
de la distancia, sentirnos tan a gusto, tan acompañados, como en casa.
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