No es raro encontrarse en las
esquinas de la ciudad donde vivo con personas sosteniendo carteles con forma de
mano que anuncian “3 dormitorios/1 suite” y apuntan con el dedo índice al lugar
hacia donde uno debe dirigirse si tiene interés en adquirir una propiedad de
ese tipo.
En la época de fiestas o cuando
se aproxima el día del niño, las jugueterías aumentan su personal. La función
de los nuevos empleados suele ser exponer productos: se paran en un rincón del
local y muestran, por ejemplo, las gracias que hace el último bebote lanzado
por determinada marca.
En las plazas o bulevares es
normal ver cómo un grupo de cinco hombres se dedica a una única función: cortar
el pasto. Uno maneja la máquina auxiliado por otro, dos sostienen una red que
evita que los restos caigan sobre la vereda o la calle, y un quinto hombre
monitorea la situación.
No importa si estas tareas inciden
más o menos en la economía del lugar, no interesa si su realización es indispensable
o no, lo que realmente hace la diferencia es la “cultura del trabajo” que
generan. El tener un horario a cumplir, una tarea a desarrollar y el ser
premiado por esa responsabilidad hace que la sociedad se construya sobre una
base sólida, donde el progreso va de la mano del esfuerzo. Una base que no es fácil
de establecer y lleva tiempo pero que, a largo plazo, resolverá muchos de los
grandes problemas que actualmente presentan varias sociedades latinoamericanas.
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