lunes, 2 de julio de 2012

Prejuicios


Estaba yendo en auto a buscar a mi marido al trabajo. En un momento, otro vehículo que venía circulando por la mano contraria prácticamente se me tiró encima. Pegué un volantazo y casi me subí a la vereda. Con el auto ya controlado, miré al otro conductor y le dije de todo menos “lindo”. Un poco nerviosa por lo que acababa de ocurrir, seguí mi camino. Una cuadra después, miré por el espejo retrovisor y me pareció – no identifico muy bien las diferentes marcas – que el auto con el que casi había chocado estaba atrás de mí. Seguí mi camino. Algunas cuadras más adelante, volví a mirar por el espejo. Allí estaba. Me puse nerviosa. En la zona donde trabaja mi marido no suele haber mucho tráfico y esta persona estaba haciendo exactamente el mismo camino que yo. Llegué a la empresa y, como siempre, me detuve frente a la entrada principal. El auto en cuestión estacionó sobre el lado opuesto. El conductor bajó la ventanilla y me hizo un gesto para que yo hiciera lo mismo. Pánico. Bajo ninguna circunstancia estaba dispuesta a exponerme de esa manera. Me hice la distraída y miré para otro lado. El hombre se bajó del auto y se acercó hasta la puerta del acompañante de mi vehículo. “Bajá la ventanilla”, me dijo. Se me cruzaron un millón de pensamientos en pocos segundos. Si hacía lo que él pedía, estaría demasiado expuesta, pero, si no lo hacía, probablemente buscaría alguna otra forma de acceder a mí. Cuando se bajó de su automóvil, llegué a ver que el hombre estaba acompañado por una mujer y, por alguna extraña razón, eso me dio un poco de confianza. Finalmente, opté por bajar el vidrio tan sólo unos centímetros. “Te quería pedir perdón. Otro auto salió de un garaje de repente y tuve que reaccionar rápidamente. La verdad es que ni te vi”, me dijo. Sorpresa. No lo podía creer. Me sentí la mujer más ridícula y fatalista del mundo. El hombre me había seguido aproximadamente seis cuadras sólo para disculparse. “Está todo bien. A todos nos puede pasar”, le respondí como si nada, y me quedé ahí, anonadada, esperando a mi marido.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario