Me gusta mucho la noche, pero no en el
sentido negativo. Disfruto de quedarme hasta tarde en Internet, viendo
la tele, trabajando o simplemente leyendo.
Siempre fui así. Pero justo el otro día me quise ir a dormir temprano. Misión
imposible. El Palmeiras había ganado la Copa do Brasil y aquí, en mi querida
ciudad, una gran cantidad de gente estaba como loca. Bocinazos, gritos, cantos.
Debe haber durado hasta, aproximadamente, las tres de la mañana.
La pasión de los brasileros por
el fútbol fue una de las primeras características que me sorprendieron cuando
llegué a este país. Sabia que les gustaba, y mucho, pero a veces este
sentimiento toma dimensiones que rozan lo absurdo. Por ejemplo, donde vivo
también hay muchos torcedores del
Corinthians. Fanáticos empedernidos diría yo. No importa si juegan la final de
la Libertadores o el partido más insignificante de la historia, los fuegos
artificiales y demás chucherías están a la orden del día. No me atrevo a decir
que son más fanáticos que los argentinos, puede ser que simplemente ahora les
preste más atención a todas estas cuestiones por estar en otro país.
Segunda noche en dos semanas que
no puedo dormir por el fanatismo de mis vecinos. Igual, debo confesar que la vez anterior no me
molestó tanto. La vez anterior perdió Boca.
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